martes, 8 de septiembre de 2015

Valerie a týden divu

Valerie y su semana de las maravillas (1970) es una película del cineasta checo Jaromil Jireš, adscrito al movimiento de la Nueva Ola Checoslovaca surgido a finales de la década de los sesenta y principios de los setenta; en lo que se considera la Edad de Oro del cine checoslovaco.

Se trata de un movimiento que surge, pues, entre el comienzo del declive de la hegemonía soviética y la Primavera de Praga; razón por la que en él se aprecia el descontento ideológico que marcó a esta generación de artistas. Bajo las técnicas del montaje vanguardista y apoyándose en el lenguaje surrealista, los cineastas de la Nueva Ola Checoslovaca conjugan la sátira y el humor negro con la crítica social, defendiendo la libertad de expresión.

La película está basada en la novela homónima de Vítězslav Nezval y su protagonista es una suerte de Caperucita o Alicia vanguardista que se mueve entre lo fantástico, el terror y lo onírico mientras el espectador asiste a su transición de niña a mujer. Todo ello aderezado con una magistral banda sonora a cargo de Luboš Fišer que ahonda y reitera el carácter onírico, fantástico y, en ocasiones fantasmagórico, de la película.

Su mezcla entre cuento de hadas y película de terror, así como la configuración de su heroína como personaje en transición hacia la adultez, se dejan sentir en la también película de culto En compañía de lobos (1984).

Valerie es una adolescente de trece años, edad real de la actriz que le da vida (Jaroslava Schallerová), que vive con su abuela y que apenas tiene referencias de sus padres. Habita un pueblo rural en un tiempo indeterminado entre la Edad Media y comienzos del siglo XX, donde la sociedad está estrictamente sometida por la religión; por lo que Valerie es temerosa de Dios, pero también observa con ávida curiosidad el mundo que la rodea y comienza a despertar de su letargo.

El largometraje comienza cuando al pueblo llegan, al mismo tiempo, una procesión religiosa y unos cómicos ambulantes por los que Valerie siente especial curiosidad. Entre estos últimos se encuentran un monstruo aterrador (un vampiro) y el misterioso Orlík, un joven que le roba sus pendientes para después devolvérselos.

En Valerie se establece una dialéctica constante entre pureza y obscenidad. Así, en su despertar sexual, Valerie es acosada por vampiros y misioneros religiosos de los que siempre suele rescatarla Orlík. Sin embargo, el propio muchacho trabaja para el vampiro por lo que la joven debe acercarse al monstruo para llegar hasta él. El interés del vampiro por Valerie es doble: no solo la desea por su condición de virgen sino que, más avanzada la trama, se descubre que la sangre de la muchacha permite que el vampiro pueda continuar viviendo.

Frente al deseo carnal de estos personajes depravados, está el amor idealizado entre Valerie y el misterioso Orlík, que siempre logra llegar hasta la muchacha a través de métodos poco convencionales como cartas enviadas mediante palomas mensajeras. Sin embargo, ya avanzada la trama y cuando el amor entre los dos adolescentes es inevitable, Valerie descubre que Orlík es su hermano. Por ello, y aunque se nos muestre algo velada, la película tiene algo de drama familiar en el juego de relaciones que Valerie establece con sus familiares (abuela, hermano y padres).

Valerie es una obra sumamente simbólica que prefiere regodearse en la sucesión de imágenes alegóricas antes que centrarse en el hilo argumental. Entre la multitud de símbolos y alegorías que desfilan y se reiteran ante los ojos del espectador, el más importante es el de la sangre que simboliza tanto el fin de la niñez de la protagonista como el ansia de juventud del vampiro y de los personajes mayores que la rodean. Otro motivo que se repite es el de los pendientes, símbolos de la sensualidad femenina. Además, durante todo el largometraje se insiste en vestir a Valerie de blanco (pureza), frente a los depravados que siempre aparecen vestidos en tonos oscuros.

El espacio adquiere especial significado en el largometraje, hasta el punto de que se erige casi como un personaje más. A través de su plasticidad, de sus colores suaves y de sus imposibles el paisaje guía el viaje onírico de Valerie. Se trata de un espacio bucólico, edénico, un locus amoenus alejado del mundo urbano. Por él, discurren personajes con ansias de gozar.


Otro de los aspectos más relevantes de Valerie es su componente provocativo, ya que la película trata sin anestesia el despertar sexual, la pedofilia, el incesto o las relaciones sexuales homosexuales, en un contexto en el que aún era un tema tabú.

Valerie es una obra inclasificable que oscila entre la película de terror y el cuento de hadas y que, sin ser una película erótica, contiene un componente sexual desbordante en algunas de sus escenas; en las que Jaromil Jireš muestra sin paliativos la desnudez femenina, incluyendo la de la protagonista, algo impensable en nuestra época ya que, recordemos, solo tiene trece años.

Valerie es, ante todo, un delirio visual perturbador.

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