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miércoles, 5 de junio de 2013

Beautiful For Ever

En la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XIX, las mujeres que querían detener el proceso de envejecimiento tenían que confiarse a discretas damas conocidas como renovators o rejuvenators. Aunque algunas marcas cosméticas como Rowland’s, conocida entonces por su loción Kalydor, se habían asentado en Londres desde 1820, las damas de las clases sociales más altas preferían un tratamiento más exclusivo.

Madame Rachel
Es en este contexto donde aparece la figura de Madame Rachel y su exclusivo salón de belleza. Aunque afirmaba proceder una familia de cierto rango social y estar emparentada con la actriz dramática francesa Mademoiselle Rachel, lo cierto es que Sarah Rachel Levison o Leverson (de soltera Russell) provenía de una familia judía de actores. En su juventud, contrajo matrimonio con un auxiliar químico y, posteriormente, con un tal Jacob Moses que la acabó abandonando. Finalmente, vivió con Philip Levison o Leverson, de quien adoptó su apellido.

Madame Rachel era una consumada artista de la estafa que poseía un gran sentido del negocio y un entendimiento casi innato de la vanidad y la vulnerabilidad de algunas mujeres, por lo que enseguida puso sus ojos en las clases altas y sedujo a sus ricas clientas mediante carteles publicitarios que prometían la belleza eterna, anunciando productos exóticos como perfumes de arabia, cremas faciales, jabones o lociones reconstituyentes para el cabello.

Las mujeres acomodadas de Londres comenzaron, entonces, a acudir a su salón de belleza en Mayfair, donde gastaban miles de libras en tratamientos que prometían devolver la juventud al instante. Tal como ocurre en nuestros días, no dudaban en someterse a tratamientos nocivos si ello suponía detener el envejecimiento, devolver la juventud o ser más atractivas. La única diferencia es que, al contrario que hoy, lo mantenían en secreto debido al rechazo social que existía en torno al uso de maquillaje y los tratamientos de belleza.

La noticia de sus supuestas habilidades se extendió como la pólvora entre las señoras más distinguidas de Londres que, seducidas por la promesa de obtener la belleza eterna, acudían a su establecimiento siempre cubiertas por un velo o con las ventanillas del carruaje cerradas.

Eugenia de Montijo por Édouard Louis Dubufe.
Supuesta clienta de Madame Rachel
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Antes de entrar, un cartel en la puerta las recibía proclamando «Beautiful For Ever» y, una vez dentro, se sumergían en un entorno exótico de corte orientalista que mostraba la opulencia de Oriente Medio, mientras en el aire flotaba un aroma a sándalo y especias, y eran atendidas por un tropel de asistentes ataviados con túnicas. En medio de todo, como un maestro de ceremonias, se hallaba Madame Rachel, imponente con su vestido negro de satén y encaje.

Su exitosa campaña de marketing se vio incrementada por afirmaciones extravagantes que la situaban como proveedora de la mismísima reina Victoria o por sostener que contaba entre sus clientas Eugenia de Montijo, emperatriz de Francia y una de las bellezas más admiradas de la época.


Sus productos, que afirmaba importar desde Armenia, Circasia o Madagascar, no eran baratos. Así, el primer tratamiento que ofreció en su salón, The Royal Arabian Toilet of Beauty arranged by Madame Rachel for the sultana of Turkey, costaba la friolera de 1000 guineas (¡75000 libras actuales!). Sin embargo, el producto más famoso de su repertorio era sin duda el Magnetic Rock Dew Water, que prometía eliminar las arrugas, seguido de cerca por el Circassian Golden Hair Wash, la crema facial Madame’s Royal Arabian Face Cream, el jabón Honey of Mount Hymettus y los polvos faciales Favourite of the Harem’s Pearl White.

A mediados del siglo XIX, la industria cosmética en Londres estaba en alza. Sin embargo, los colores de los tintes para el cabello eran toscos y el maquillaje se limitaba a los polvos faciales, colorete rosa, carmín para los labios y kohl para los ojos. Muchos hombres y mujeres, incluyendo la reina Victoria, se sintieron consternados ante la creciente popularidad de los cosméticos, que consideraban vulgares e impropios y estaban relegados a las actrices y a las prostitutas. Cualquier mujer respetable a la que se le fuera un poco la mano con el maquillaje estaba mal vista, ya que se consideraba que la belleza femenina solo se podía alcanzar mediante paseos saludables y el uso del agua y el jabón. Incluso el rubor ocasionado por el baile o un paseo demasiado apurado eran considerados poco dignos.
Anuncio de la loción Kalydor de Rowland's
La mayoría de los remedios que ofrecían algunos “expertos” como Madame Rachel estaban compuestos por productos altamente tóxicos como el cloruro y el bicloruro de mercurio, el ácido clorhídrico o el cianuro de hidrógeno, que se diluían en agua destilada mezclada con perfume de rosa, lavanda o naranja para disimular el olor químico. Lo que vendían era, en esencia, un primitivo tipo de exfoliante químico que podía causar daños permanentes en la piel.

Sin embargo, las mujeres desoían las protestas de los detractores del uso de los cosméticos y, además, debían superar cierto obstáculo: hasta 1882, en una sociedad fuertemente patriarcal, todo lo que la mujer poseía pasaba a manos del marido al casarse. Por lo que, al acudir a estos profesionales de la belleza, estaban gastando básicamente el dinero de sus maridos, casi siempre sin el permiso o conocimiento de éste.

Georgina Ward, condesa de Dudley
Fiel clienta de Madame Rachel
Sabiendo el miedo que tenían sus clientas a ser descubiertas por sus maridos, Madame Rachel ofrecía absoluta discreción a un elevado precio, llegando incluso a chantajearlas. Muchas de sus asiduas, como Georgina Ward, condesa de Dudley, se vieron forzadas entonces a entregar sus joyas como garantía de sus cada vez más caras facturas. Ninguna de ellas se atrevió a denunciarla por temor a ser socialmente repudiadas.

Pero sin duda, la época del año más lucrativa para Madame Rachel era la London Season, entre febrero y julio, cuando las élites organizaban cenas, actos caritativos y bailes de presentación que tenían como principal propósito buscar marido para sus hijas. Con las recaudaciones obtenidas durante esa temporada, Madame Rachel se costeó algunos caprichos como la compra de un palco en la Covent Garden o un hermoso carruaje.

Su producto estrella por estas fechas fue el “esmaltado” facial para señoras, un método que supuestamente servía para blanquear la piel y darle una textura de porcelana, que costaba unas 1500 libras actuales y que, según ella, podía durar hasta un año. Este tratamiento consistía en eliminar el vello facial con varias lociones, aplicar una serie de lavados con soluciones alcalinas, rellenar las arrugas con una fina pasta blanca y rematar el proceso con una capa de polvo de maquillaje y colorete. La fama de este producto se extendió de tal manera que incluso algunas mujeres americanas viajaban hasta Londres en busca del famoso “esmaltado”.

Finalmente, Madame Rachel fue procesada tres veces por negligencia y fraude y acabó sus días en la prisión de Woking. Las primeras pruebas forenses de sus cosméticos constataron que, efectivamente, se trataba de productos fraudulentos capaces de dañar la piel de forma permanente. Pero, incluso conociendo esto, muchas mujeres desesperadas escribían a Madame Rachel a la cárcel, rogándole que les revelara sus secretos en las artes cosméticas.

lunes, 19 de marzo de 2012

L'anecdote: le cheval au galop

California, 1872. Dos hombres mantienen una acalorada discusión sobre un tema aparentemente absurdo ¿Tienen los caballos todos sus cascos en el aire en algún momento del galope? Leland Standford, fundador de la famosa universidad, afirma que sí. Pero James Keene, corredor de bolsa, opina todo lo contrario.

¿Cómo demostrar quién tenía razón y zanjar el asunto? A Standford se le ocurrió, entonces, fotografiar las diferentes etapas del galope. Para ello, pidió a Eadweard Muybridge, fotógrafo, que captara con su cámara los movimientos de su caballo de carreras Occident.


Muybridge intentó fotografiar al animal, galopando a 35 km/h, en el hipódromo de Sacramento. Para conseguirlo, pidió a los vecinos de la zona que le prestaran sábanas blancas para colgarlas y que hicieran las veces de fondo. Sin embargo, la tecnología de aquel entonces le impidió lograr su objetivo en varias ocasiones.

Sus primeros intentos fallaron porque el obturador manual era demasiado lento para sus propósitos. Sin embargo, lejos de rendirse, inventó un obturador mecánico con el que consiguió un tiempo de exposición record de 1/500 y, en abril de 1873, logró tomar una serie de fotografías que dieron la razón a Standford: durante un instante del galope, los cuatro cascos del animal no se apoyan en el suelo.

Muybridge, cuya vida personal podría haber sido digna de la gran pantalla, no sabía que estaba abriendo, de esa manera, una puerta hacia la creación del cinematógrafo.


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